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Vinos: una herencia familiar que hoy se disfruta al revés

Hace dos décadas, se aprendía en la mesa como parte de una dieta. Hoy la cosa es distinta, y son los hijos los que llevan la bebida a sus padres.

Vinos: una herencia familiar que hoy se disfruta al revés
jueves 26 de junio de 2014

 En el folclore vínico argentino -y de muchos otros países-, cuando los niños empezaban a compartir la mesa con los adultos compartían también sus primeras experiencias con el vino, apenas una tapita diluida con abundante soda. Así empezaron a beber generaciones de argentinos, especialmente las que formaron su paladar entre principios de siglo XX y hasta la década de 1970.
Desde entonces, lento pero seguro, los términos se fueron invirtiendo. Y el vino ya no se aprende en la mesa, como una herencia de sabor cuando se reúne la familia. Hoy la cosa es muy distinta, y el vino se aprende en cursos, leyendo la prensa y degustando a conciencia con amigos.
En ese giro se juegan y jugaron muchas cosas. Entre las más importantes, sin embargo, dos son clave. Por un lado, los hijos son los responsables de reintroducir el vino en la mesa. Por otro, se trata de un planteo hedónico: antes, bastaba con que el vino estuviera avalado por el paladar paterno para que tuviera certificado de calidad; hoy es más importante que el consumidor entienda por qué tal o cuál vino le gusta más que otro, y sobre todo, para qué sirve cada marca y estilo de vino, además de que ya no siente que tenga que ser fiel a ninguna en particular, y puede animarse a la aventura que le prometen los diferentes sabores.

Los hijos enseñan

A tal punto, que cada vez es más frecuente observar en restaurantes o vinotecas que son los hijos los que llevan la batuta. Claro, la góndola cambió tanto en las últimas dos décadas -con nuevas ofertas de estilo, tipo, variedad y precio- que navegar en ella requiere algo más que la brújula de la tradición.
Así, asistimos a un cambio generacional sin precedente en el vino. Los hijos le marcan el camino a sus padres y son los que reconocen en un varietal como Bonarda un vino para todos los días, en el Pinot Noir una propuesta sofisticada y superadora del tinto para el asado, y en el Cabernet Franc un sabor nuevo que no se sospechaba apenas una generación antes.
Y en esta subversión de términos se dan los casos más curiosos. Mientras que algunos padres siguen aferrados a ciertas marcas -López, Rutini, Saint Felicien-, los jóvenes encuentran en otras propuestas más novedosas -Saurus, Felino, Poético- una nueva gama de gustos y marcas, pensadas para otras situaciones de consumo. Si antes el vino de alta gama requería saco, zapatos y corbata, hoy parte de la remera y las zapatillas, para llegar a una situación en la que el contenido justifica las decisiones de compra.

El contenido es el rey

Y así como las generaciones que hoy tienen entre 20 y 40 crecieron y formaron sus gustos a la luz de internet y el teléfono celular; así como estos consumidores crecieron googleando sus necesidades y comparando ofertas entre sitios web y hoy echan mano de sus teléfonos inteligentes para decidir qué conviene -desde una ruta a un restaurante-, va quedando claro que para estas nuevas generaciones la herencia de valores es un dato más en un universo de ponderables.
De ahí que, en el vino actual, los argumentos de compra son los decisivos: desde el sentido de una marca al origen, pasando por el puntaje de los expertos, las variedades y el origen de la uva, hasta el maridaje. Todo es lo que exige hoy una botella de vino y lo que, a todas luces, distancia a padres e hijos a la hora de elegir. Sin embargo, y esto es lo curioso, subvertidos los términos de la herencia, hoy los hijos llevan los vinos y se los explican a sus padres, en un fenómenos de ascenso generacional del conocimiento que desborda al vino y convierte a los mayores en una suerte de analfabetos de paladar. Algo que se verá hoy en la mesa de los argentinos, cuando padres e hijos compartan una botella, y que representa toda una revolución de consumo de la que no se tiene clara conciencia aún.

Las causas históricas de este giro

El mundo cambió desde la década de 1970. De eso no hay dudas. Y en el caso del vino, la transformación es radical. En argentina nomás, se pasó de una consumo de 90 litros per cápita al año a uno de 24; se pasó de un vino común y de poco color, a uno de alta gama y concentrado; y se pasó, al cabo, de un modelo de vino-alimento a uno de vino-placer. En ese giro de era, que acompañó la jornada laboral corrida, las reglamentaciones contra el consumo de alcohol y el crecimiento de otras bebidas, el vino se transformó de forma radical. Y con él sus consumidores. Y esa es la razón por la que hoy se lo explican los hijos a sus padres.

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